domingo, 10 de abril de 2011

Un domingo de primavera


Hoy hace un día espléndido: soleado y fresco. Ideal para pasear, sin lugar a dudas. Pero hoy me quedaré en casa, porque los señores que viven de pedir la independencia para Cataluña,  han decidido fastidiar el domingo de los ciudadanos con una consulta sobre esa misma independencia.  No son tontos y saben que Barcelona es mestiza y apática hacia lo nacional - charnega, en definitiva-.
Así es también el cinturón de Barcelona, que antes fue rojo y ahora se escora hacia la derecha xenófoba que comprende sus angustias.
Puestas así las cosas, los señores que viven de pedir la independencia para Cataluña y tocar las gónadas a la ciudadanía en un domingo de primavera, llevan cuatro meses haciendo consultas parciales en todo el área metropolitana de Barcelona, no sea que no se alcance el escuálido mínimo del 10% de participación, por debajo del que los observadores internacionales no concederían validez, moral, a la consulta.

Nunca he sentido simpatía por los nacionalistas, ni me ha parecido que una patria solucione los problemas del comer y el vestir de la gente, pero hay quien piensa lo contrario. Supongo que por eso ganaron las elecciones y ahora se han quitado la careta: les importa la Patria, claro, pero les importan más los negocios, por eso desmontan la sanidad pública, para que las mutuas médicas ganen sus buenos dineros; o las escuelas privadas, que absorberán el alumnado procedente de lo que fue un aceptable sistema educativo público. Naturalmente, todo esto hará quien pueda pagarlo, porque el que no pueda se quedará sin nada. Al fin y al cabo, ya dicen nuestros líderes que a los catalanes no nos gustan las subvenciones, que queremos que todo lo que tenemos sea fruto de nuestro trabajo.

Mucho me temo que la independencia acabará llegando, porque nadie quiere acordarse de la España progresista, que estos días justamente conmemora una de sus pocas alegrías: la proclamación hace ochenta años de la II República .
La España ilustrada que se intuyó en aquellos días de primavera, era el mejor antídoto contra las veleidades de los que prefieren enarbolar una bandera antes que tender la mano a un semejante. A lo mejor es eso y no tenemos más que aquello que nos merecemos.