Una imagen me ha perseguido, obsesivamente, durante años: la del típico cincuentón soltero, calvo y con bastantes kilos de más, que acompaña a su madre a algún sitio. Siempre había pensado: "El pringado este no tendrá nada mejor que hacer".
El viernes pasado, acompañando a mi madre al "super", me quedé mirando nuestro reflejo en un escarapate y comprobé que no tenía nada mejor que hacer. Supongo que no acabo de adaptarme a esto del paro, pero he estado pensando en ese reflejo todo el fin de semana.
Esta mañana he salido a caminar - que es buena una manera de relajarse- y a arreglar el mundo que se ha acabado bruscamente para Osama Bin Laden. He desayunado en un bar que descubrí hace poco cerca de casa, con unos bocadillos sensacionales y unas tapas aceptables; supongo que más de uno encontrará extraño que, estando en paro, gaste dinero en desayunar fuera de casa, pero trato de mantener una vida más o menos normal, dadas las circunstancias.
Caminando por el Passeig Maragall, vía comercial cercana a mi casa, me he cruzado con dos mendigos que discutían sobre las cotizaciones en bolsa de algunas empresas importantes, relacionando los desastres bursátiles con el aumento del paro. Supongo que cada uno trata de buscar su propia normalidad. Muy poco después una chica muy guapa con el pelo de color rojo y llena de pírsines, hablaba por teléfono; hablaba y lloraba; lloraba e imploraba a alguien que no la dejara, con una voz triste y dulcísima.
He seguido hasta Fabra i Puig, otro de los llamados ejes comerciales que quiere potenciar el Ayuntamiento de Barcelona, con la intención de llegar a la Meridiana, tradicional vía de salida para los barceloneses que se dirigen a la Costa Brava y Francia, entre otros destinos. En ningún momento me ha abandonado la sensación de estar estafando al pueblo, por no dedicar todo mi tiempo a encontrar un trabajo.
Al llegar a casa me he encontrado con la agradable sorpresa del ingreso de los 741 euros que me corresponden, por haber logrado el 87.6% de los objetivos fijados por mi ex-empresa a lo largo del año pasado.
Mientras comía con mi madre la he mirado y me ha invadido un repentino sentimiento de ternura hacia ella. Ha sufrido mucho y las cicatrices del dolor han marcado para siempre su cara.
En el telediario politizado y ultraizquierdista de la La 1, el jefe de los soldados que han liquidado a Bin Laden hablaba, también con ternura, de sus hombres y de las bondades del entrenamiento que les despoja de toda humanidad para convertirlos en asesinos.
Después de comer he revisado el correo y las redes sociales, hasta que he decidido sumergirme en la balsámica poesía de la hermosa Deborah Vukusic.
Y mañana será otro día.