La noche se me antojaba, siempre,
dulce y breve.
Breve como un relámpago que
precedía al día holgazán, abandonado,
dejado a la indolencia del verano.
Las cenas de pescado, la fruta fresca, el vino blanco, tu
vestido blanco,
la terraza de Alberto,
que siempre buscaba tu compañía y
( te) escribía versos en las paredes blancas de
su casa.
Así era aquel tiempo: poesía, vino, fruta, relámpagos;
nuestros cuerpos delgados y flexibles.
Jóvenes.
Cuando teníamos, apenas,
dieciocho años...