He visto alguna de las, más o menos, espontáneas manifestaciones de repulsa por la muerte de los pequeños cordobeses, que ha sido atroz y habrá provocado un dolor infinito a su madre y a toda familia, incluida con seguridad la paterna.
Todo lo que los rodea me parece repugnante, la cosificación de la peor y más siniestra España: la turba pidiendo venganza, las divas de la comunicación corriendo en pos de sus audiencias; la negación de derechos al detenido Bretón como primer paso para negársela a todos los detenidos en un futuro lo más cercano posible. La justicia expiatoria y meramente punitiva.
No pocos políticos se unirán " al pueblo" y pedirán venganza, ellos, los que que fueron elegidos para sacarnos de las cavernas nacionalcatólicas.
Así es España, el país que solo se mueve cuando estimulan su lado más oscuro y despreciable. No hay que engañarse, lo que buscan esos manifestantes, esos mismos que piden aplausos y rezos por los niños, no es ni justicia ni atisbo de ella: es sangre, la que paga otra sangre. Y también pide espectáculo, ahora que los tiempos están difíciles y las vísceras televisivas no aplacan a la turba.
Dentro de un tiempo, solo quedará una madre completamente sola. Y a nadie le importará. En absoluto. Salvo que, claro está, acepte exponerse ante todos para proclamar su dolor y su odio hacia el asesino de sus hijos. Entonces la manada la reconocerá como una de las suyas y la acogerá en su seno, para acompañarla en su deseo de ocasionar más dolor y prolongar el espectáculo.