Hay cosas que resulta muy difícil explicar por su carácter visceral, una de ellas es mi afición al jazz; del que no soy un gran conocedor. En realidad, no tengo cultura musical ni crecí en un ambiente propicio para aficionarme a cualquier cosa relacionada con la cultura - musical o no-. Tampoco sé bailar: me da mucha vergüenza. Mi absoluta falta de talento para seguir un ritmo cualquiera con el cuerpo, se ha visto paliada por mis años de filiación comunista; porque de todos es sabido que, mientras los de derechas bailaban como maestros con las chicas, los comunistas poníamos cara de circunstancias en la barra y hablábamos de Gramsci. Soy, por decirlo con claridad, el que ponía los discos en las fiestas - como no sé muy quién lee este blog, diré que los discos eran cosas planas, negras y redondas, que teníamos los mayores para escuchar música-.
Cuando hace unos años abandoné, desencantado, la órbita comunista, continué alejado de las pistas y cerca del tocadiscos - con el agravante de que ya no había discos-.
Lo único que no cambia nunca es que, al escuchar una pieza de jazz, me voy a Nueva York, a la niebla en los muelles, a los garitos de Harlem, al bourbon...y bailo. No puedo evitarlo, escuchar la música y mis hombros inician movimientos secos, mis piernas se agitan, Bogey me pide fuego y Cagney me invita a un trago. A veces, hasta me animo a tocar la batería; y debo decir que no lo hago nada mal Otras veces llega la policía porque alguno de los chicos olvidó llevar el cheque al capitán...Ya lo dice el viejo Cannonball: para tocar un buen jazz lo importante es saber beber y sostener el cigarrillo en los labios tal y como les gusta a las mujeres.
...un momento, Joe, ¿ y esas sirenas?