...esta frase la puso Miguel Delibes en boca de uno de los personajes de " El camino", Paco el Herrero, y me ha acompañado como ninguna otra desde la primera vez que la leí, obligado por uno de los profesores que más he detestado en mi vida, Antonio Farrés, que, sin embargo, me descubrió a Delibes.
Cuando se entra por primera vez en un texto literario, puede encontrarse una frase, un verso, un párrafo que dé al lector la medida exacta de sus propias emociones; la horma perfecta en la que encajar el miedo, la melancolía o la alegría que hasta entonces se consideran personales e intransferibles. Así, cuando " El camino" me llevó a Miguel Delibes, llegué hasta él siendo Daniel el Mochuelo y salí de la novela fascinado por las montañas omnímodas.
Muchas veces he hablado de mi querencia por los paisajes marinos, sobre todo en los días sobrios de otoño, pero las montañas se han erigido, desde que me descubrí como un mochuelo, en referencias vitales.
Las montañas del Priorat, en Tarragona, que tantos veranos me acogieron; una agrupación montañosa entre las estaciones de Zaragoza y Guadalajara, en la línea ferroviaria de Barcelona a Madrid, que me avisa por contraste de las inmensidades mesetarias y de la aproximación a mis paseos por el Jardín Botánico; las montañas vascas, que deliberadamente he mitificado hasta convertirlas en trasunto de mi propia Arcadia; los picos de Europa, que me devuelven a los años lejanísimos de " El hombre y la Tierra". Dejo para el final Guadarrama, visitada de la mano de unos compañeros de facultad a mediados de los ochenta y que, pese a la edad, sirvió para llenar mi imaginación con los avatares de los hombres que defendieron a Madrid y la República en sus cumbres, hasta el final de la guerra.
Cuando alguien padezca una crisis de soberbia, le recomiendo que busque alguna vaguada generosa y mire hacia arriba. A mí me cura.