I
Recuerda, cuerpo, cuánto te quisieron:
no sólo las alcobas donde amaste
y los desnudos cuerpos que gozaste,
sino también los ojos que te vieron,
los labios que por ti de ardor temblaron
y por los cuales en deseo ardiste.
Recuerda, cuerpo, que alto y bello fuiste
como un dios, que otros cuerpos desvelaron
sus noches recordándote, y amor
rozó sus ojos como si el rumor
de tus besos tocara sus caricias.
Esta noche en que a solas te desnudas
y los años pasaron y las dudas,
recuerda como entonces sus delicias.
II
Pues,
nada te detendrá mi cuerpo amado,
ni el ardor de los besos que allanaste,
ni las tibias alcobas donde amaste
la blancura de un cuerpo abandonado;
nada, muchacho, nada, ni el helado
secreto de los labios que habitaste,
ni las heridas ingles ni el engaste
de tu placer herido y entregado
al roce delicado de unos dedos;
nada, mi servidor, mi amante, nada,
ni acaso la caricia más amada,
pues más allá del goce y sus recuerdos,
ah, sientes cómo el polvo se aproxima
a la dulce insistencia que te anima.