Ayer se celebró la vigésimo séptima gala de entrega de los premios Goya que, siguiendo la tradición de los últimos diez años, más o menos, se constituyó en plataforma reivindicativa del llamado mundo del cine.
Dependiendo de la situación del país, la gente del espectáculo modula el tono de las proclamas. La de ayer no fue especialmente dura en la crítica al gobierno, sobre todo si tenemos en cuenta la que está cayendo en el país. Debo decir, además, que la actitud del ministro del ramo, José Ignacio Wert, fue impecable. Supongo que haber pactado según qué intervenciones - y su cercana salida del gobierno- lo hicieron posible.
Sobre la gala como espectáculo no se puede añadir nada que no se haya dicho ya: fue un tostón de solemnidad, pese a que el notable monólogo inicial de la presentadora, Eva H, daba esperanzas de lo contrario.
No quiero enzarzarme en disputas sobre los premiados, para gustos hay colores, pero las dos grandes triunfadoras de la noche, "Blancanieves" y "Lo imposible", no pasarán ni por equivocación a la historia del cine.
Pese a mi decepción con el palmarés, destaco el premio al camarada Sacristán; don José Sacristán, para los que veneramos el oficio de actor.
Él es el último de esa estirpe de cómicos, que logró hacer brillar la escena española en tiempos oscuros: don José María Rodero, doña Aurora Bautista, don José Bódalo, don José Luis López Vázquez, doña María Carrillo, don Manuel Alexandre, doña Gracia Morales, doña Matilde Muñoz Sampedro, don Luis Ciges, doña Lucía Soto, doña Elvira Quintillá, doña Amelia de la Torre, don José María Caffarel...
Un último apunte como cierre: Cualquiera tiene derecho a manifestar su opinión o ideología con libertad, sea cual sea su situación económica o su procedencia social. Esto incluye, naturalmente, a Javier Bardem