No siento alegría por la muerte de Francisco Javier Romero, "Jimmy", el seguidor deportivista muerto, ayer domingo, como consecuencia de la agresión que sufrió a manos de seguidores del Atlético de Madrid. Es lo que me pasa con los desconocidos, salvo contadas excepciones. Eso no impide que entienda el dolor de su familia, sus amigos, etc. Pero "Jimmy" no era un ejemplo de nada bueno, ni por su fanatismo absurdo ni por su trayectoria personal, y aquí no entro a valorar las circunstancias que le llevaron a conducirse de determinada manera en la vida.
No acierto a comprender cómo se le ha convertido en una suerte de mártir rojo, caído a manos de los enemigos de la clase obrera. Incluso miembros de algunas fuerzas políticas han organizado actos de homenaje a quien había traficado con drogas, participado en numerosas agresiones a seguidores de otros equipos y había maltratado a sus parejas.
Es un relato falso y absurdo, Romero era un hombre de 43 años que se rodeaba de chavales jóvenes, o muy jóvenes, e impresionables, para que ocultaran sus negocios sucios tras la devoción por un determinado equipo.
Todos están, ahora, preocupados y con firme propósito de enmienda, que se agotará en cuanto el tema abandone la primera página de los medios de comunicación.
Después, otros, en otros equipos, hechos con el mismo molde que Romero, provocarán que todos lamentemos una muerte o una agresión y bajemos la mirada, avergonzados. Hasta un nuevo olvido que ponga a cero la cuenta atrás.