Mi último héroe se llama César Bona y es un maestro aragonés.
Los maestros están en lo más alto de mi escala de admiración porque padecí tantos malísimos que, en cuanto tuve uno excepcional, me di cuenta de la felicidad que pueden aportar a la vida de cualquier niño o adolescente. Desde entonces, cualquier buena noticia relacionada con ellos me produce una enorme alegría.
Estoy seguro de que en este país hay muchos maestros como César Bona, mujeres y hombres que deberían tener la consideración de héroes, como los bomberos o los médicos. Ejercen una profesión difícil en un país que tradicionalmente los ha despreciado, a ellos y a su trabajo. Salvo en el primer tercio del SXX, que culminaría con la obra extraordinaria aunque efímera de la II República.
Sobre las espaldas de los maestros se edificará un país nuevo de verdad, mucho mejor que el que tenemos ahora, pero es necesario que los ayudemos: mejores sueldos, mejor formación, mejores medios y mejor Gobierno. Siempre lo mejor que el país puede darles.