Después de meses de especulaciones y cálculos, los resultados electorales del pasado domingo han mostrado una sociedad que cambia, sí, pero a muy baja velocidad, sobre todo para los catorce millones de ciudadanos que viven en el umbral de la pobreza o lo han cruzado.
La insoportable sucesión de noticias relacionadas con la corrupción política, que evidenciando la laxitud moral de nuestros representantes, no ha sido suficiente para que la nueva política se imponga a la vieja. Mariano Rajoy, un cobarde de la mayor magnitud, ha ganado las elecciones (123 escaños) a considerable distancia de la segunda fuerza, el PSOE desballestado de Pedro Sánchez (90 escaños) al que ya espera Susana Díaz para pedirle explicaciones.
Liderados por dos pésimos candidatos, se han impuesto populares y socialistas a las fuerzas emergentes, llamadas a sustituir en algún momento a los partidos hasta ahora hegemónicos.
La caída de C's desde las más altas expectativas de las élites, ha sido dura, sin que eso signifique que el resultado (40 escaños) haya sido malo. No me parece exagerado decir, por contra, que si la política es algo más que números, Podemos (69 escaños) puede considerarse uno de los vencedores de la noche electoral, ya que un desplazamiento hacia la derecha del PSOE, de la mano de Susana Díaz, le beneficiaría extraordinariamente.
En Cataluña se ha impuesto la confluencia de izquierdas que lidera la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, y los independentistas han perdido pie en el área metropolitana de Barcelona después de una campaña desastrosa de Democràcia i Llibertat, la nueva marca de CDC. ERC, algo más audaz en su aventura, tampoco ha brillado especialmente.
Los resultados de Cataluña, junto con los de Valencia y Galicia, deberían abrir los ojos a más de uno sobre la necesidad de establecer, de una vez por todas, una auténtica fuerza con posibilidades reales de éxito, a la izquierda del PSOE.
Desde el punto de vista de un votante de izquierdas, el mío, se debe lamentar la pérdida de votos de IU, que ha tenido en Alberto Garzón al mejor candidato, defensor de un muy buen programa en una excelente campaña: un caudal de talento e imaginación para contrarrestar la falta de medios y el apagón informativo al que se ha visto sometida.
Me permito señalar, por último, la necesidad imperiosa de cambiar el sistema electoral, diseñado para mantener el statu quo del régimen franquista, inservible en un país que, como decía, cambia lentamente, pero cambia.