El pasado día 15 de febrero, la poeta Dolors Miquel leyó un malísimo poema escrito sobre el "esqueleto" del padrenuestro.
El anticlericalismo en la literatura es una vieja tradición catalana, una tradición, de hecho, que entronca con la costumbre de protestar mucho y hacer poco, lejos ya de la "rosa de foc" que fue Barcelona, tan distinta antes al resto de Cataluña.
Miquel, poeta exquisita en obras como "La flor invisible", trasladó esa tradición anticlerical al acto de entrega de los premios Ciutat de Barcelona, para goce y disfrute del presidente del Grupo Popular en el ayuntamiento, Alberto Fernández Díaz, hermano del ministro del Interior, y conocido por su afición a los números circenses y a mear fuera de tiesto.
Como era de suponer, el ruido mediático ha enterrado la protesta legítima de Miquel contra la situación de la mujer en nuestra sociedad, a causa de la tradición misógina judeocristiana y del nulo interés político en resolver esta vergüenza insoportable, que cada año hace su siniestra aportación a las estadísticas de población.
Acabo manifestando mi solidaridad con Dolors Miquel, con la memoria de todas las mujeres asesinadas por razón de su género.
Los actos son nobles por su contexto y su intención, por tanto no cabe otra cosa, a mi juicio, que estar del lado de quien trata de defender la igualdad y la justicia con la palabra escrita, aunque su calidad literaria sea dudosa.