Ayer volví a ver la gala de los Goya, la trigésima. Ya sé que cada año digo que es el último y no lo cumplo, pero es por enfermedad, no por vicio. Amo un cine que ignora mis gustos, para el que mis deseos no son órdenes ni nada que se les parezca.
La gala fue espantosa, como siempre, algunos momentos inspirados no compensan la duración exagerada y un presentador que no sirve para esto, por mucho que la taquilla imponga su fuerza - aquí recuerdo la mención de Dani Rovira a Mario Casas, que "merece un Goya por las taquillas que consigue"-.
He visto pocas películas de las galardonadas, entre ellas "Truman", "A cambio de nada" y "Techo y comida", así que estoy de acuerdo con los premios de interpretación y con el Goya a Daniel Guzmán como director novel, por mucho que el premio en sí me parezca una tontería. Añado que a mí me gusta mucho Ricardo Darín, es un actor excelente y, antes de criticarle, recomiendo verlo en un escenario, en el teatro, que es la entraña de los actores, la cuna de su genio o el escaparate de su mediocridad.
Lamento que mi amor Juliette Binoche no ganará el Goya, pero no podía ser, como no podía triunfar una película que no sea española, es la fiesta del enclenque cine español, necesitado de respiración asistida desde hace tiempo. A cambio se consolida una actriz que apunta maneras inmensas: Natalia de Molina, ¡cuánta felicidad nos ha de brindar a los aficionados!
Respecto a los premios técnicos no digo nada, no me interesan en lo más mínimo y lo desconozco todo sobre ellos.