Nada envidio con más ganas que la fertilidad creativa y el dominio del lenguaje de alguno de mis escritores favoritos. Así, me gustaría escribir algunas líneas sobre Johan Cruyff, el hombre que nos hizo soñar, pero me quedaría un texto cursi, teñido de una emotividad primaria que prefiero evitar porque él no la merece. Otra posibilidad sería escribir algo sobre los atentados de Bruselas, tema inadecuado por su crudeza, en un texto de marcado carácter terapéutico.
A primera hora de esta tarde me he quedado dormido en el sofá, disfrutando de mi sueño favorito: soy un afamado director de cine y las jóvenes actrices beben los vientos por trabajar en mis películas.
El sueño ha acabado a causa de los bocinazos de alguien que llegaba tarde al Via Crucis, supongo.
He aprovechado la coyuntura para tomar una buena dosis del ansiolítico más eficiente y asequible que conozco: el paseo bajo la lluvia; optando, en esta ocasión, por las calles de mi barrio, tan cambiadas y cambiantes, como ha sucedido en otras partes: barrios antes obreros y ahora populares que, en pocos años, han visto la llegada y marcha de miles de nuevos vecinos. En el mío, sin ir más lejos, se han ido instalando muchos rusos, que van ocupando el lugar de los latinoamericanos que regresan a sus países, ahora relativamente prósperos.
Me he dirigido a la arteria principal, a lo largo de la que se derrama el barrio; en ella se acumulan comercios, tránsito y obra pública en vísperas electorales.
Alcanzado el ecuador de la calle, se encuentra una zona ajardinada agradable y de una cierta extensión; en su centro, a cubierto en un quiosco, estaba tocando un grupo de músicos callejeros a los que no acostumbro a prestar demasiada atención, pero estos, con un swing muy alegre, me han invitado a acercarme. Con la proximidad he reparado en los carteles que, a modo de escapularios, llevaba colgados uno de ellos, el de más edad. En el primero se podía leer: "Soy doctor en Físicas y licenciado en Filosofía, como se puede ver en las fotocopias de los títulos que siempre llevo conmigo. Hace unos meses decidí dedicarme a mi verdadera vocación: pasar frío y vivir del dinero que consigo honestamente en la calle... a cambio de sentir que soy músico las 24 horas del día."
Después de un largo rato escuchando buena música, he vuelto sobre mis pasos. En el camino a casa ha arreciado la lluvia, mientras yo, feliz, me imaginaba bailando como nunca lo hago: con gracia.