Pocas veces se sorprende uno tanto y de manera tan agradable en una sala de cine, como cuando advierte que su creencia sobre la muerte del gran cine clásico es errónea. Absolutamente.
Carol es una película de los años cincuenta traída a nuestros días: la época en la que transcurre, su estética, su estructura, su atmósfera y, sobre todo, sus dos inmensas protagonistas. Cate Blanchett y Rooney Mara, se alzan hasta revivir la magia de la edad dorada del cine de la mano de un director que conoce su oficio a la perfección, y dirige a sus actrices con el pulso exquisito de los maestros: Cukor, Mankiewicz, Hawks o Sirk.
Haynes no dirige una gran película, dirige una obra maestra, un ejercicio impecable de narrativa, elegante, preciso, delicado, en el que todo y todos obedecen a un único propósito: la consecución de la belleza.
La historia de amor entre dos mujeres, basada en una novela de Patricia Highsmith, se desarrolla sin mojigatería ni excesos innecesarios, en gran parte debido al trabajo de dos actrices soberbias que bordan y matizan sus papeles; tanto el de joven dependienta Therese -Mara - como la madura y rica Carol -Blanchett-. Las protagonistas se desean, mucho, mantienen relaciones, muchas y, para alivio de todos y todas, no acaban fatal.
Recomiendo esta maravilla con todo el entusiasmo. Todo en ella merece la pena, desde la dirección a la música o la fotografía pasando por cualquiera de las cosas imprescindibles para dotar de trascendencia cultural a una película.
Vayan a verla, es casi un ruego de cinéfilo vuelto a la vida.