El debate sobre el estado de la Nación ha puesto, virtualmente, fin a la vida política de José Luis Rodríguez Zapatero, dejando claro que nada cambiará en la manera de hacer política en España, salvo que la ciudadanía impulse una renovación decisiva de la clase política.
Ideado a partir del debate sobre el estado de la Unión, que cada año enfrenta al presidente de los Estados Unidos con los parlamentarios federales y lo somete a la fiscalización de los mismos en un auténtico interrogatorio, pues la tibieza no está bien vista por ciudadanos que eligen a sus representantes mediante sistema nominal.
A partir de aquí no es difícil comprender las diferencias entre un debate y otro, puesto que aquí resultaría impensable escuchar a un diputado socialista o conservador atacar a su líder, del que depende para ocupar un lugar, con posibilidades reales de éxito, en las listas electorales del partido.
El debate al que asistimos aquí no es otra cosa que un acto de campaña más, en el que unos y otros siguen con la dinámica de insultos y descalificaciones, sin entrar en una evaluación de la acción del gobierno que no interesa a ningún actor político: todos ellos se mantienen fieles a la ortodoxia del sistema, y se trata de repartir las cuotas de sillones ministeriales y apéndices. Nada más.
La ligera sacudida que ha supuesto el movimiento del 15M, nos ha permitido, al menos, que los nervios hayan provocado la caída de algunas caretas. Me permito destacar de manera muy singular a los nacionalistas catalanes de CiU, que se han mostrado, por fin, como los ultraliberales alineados con la derecha más dura de Europa que son. Otro caso digno de mención es el de los muy revolucionarios y alternativos miembros de Bildu, que han reaccionado con la misma lentitud y desconfianza hacia el movimiento, que el resto de partidos del "establishment".
La llamada izquierda "verdadera", es decir, IU, está desarbolada y ha dejado de tener influencia en la calle, ampliamente superada por los llamados indignados.
El PNV juega con la baza de ser los vascos nacionalistas menos malos, a ojos de socialistas y populares, pero su guerra se libra en otros frentes más septentrionales.
Rosa Díez se ha encaramado a las tribunas del populismo conservador y, creo, que en no mucho tiempo acabará fagocitada por el PP, puesto que su desmedida ambición personal la llevará a arrimarse al sol que más calienta. Personalmente me provoca una gran aversión, pese al respeto que llegó a merecerme su determinación ante las amenazas de los etarras.
Como el resto de mecanismos del actual sistema, el debate debe ser reformado con urgencia o la calidad democrática de la vida política se degradará hasta perderse. Camino lleva.