He pensado
tantas veces en mi propia
muerte
que dejaré de
temerla No
será otra cosa que
un haz de sombras derrándome
sobre la tierra
Tanto es así que
todavía miro
con deseo
a dos mujeres
de unos treinta años Que salen
de su apartamento
para reconocer la ciudad
Y ponerla a sus pies