Tenemos un gobierno irritante no solo por su incompetencia, que también, pero sobre todo por su práctica soez de la política, empezando por el presidente.
Mariano Rajoy es un eficiente servidor de sus amos: no tiene escrúpulos ni inquietudes; sus aspiraciones pasan por una vida muy cómoda y discreta, esa a la que le da derecho su estirpe. Prácticamente lo mismo podría decirse de sus compañeros de gabinete. Todos ellos saben que su única función es garantizar que el poder financiero no se vea sometido a contratiempos ni adolezca de fiebres sociales.
Esos objetivos han situado en el consejo de ministros a Alberto Ruiz-Gallardón, José Ignacio Wert, Fátima Báñez o Ana Mato, excrecencias de la clase social que controla el país; cuando los ministros de Justicia, Educación o Sanidad toman determinadas medidas estruendosas - que claramente recortan el frágil sistema de libertades políticas y prestaciones sociales dado por la Transición- no tienen otra intención que distraer a la ciudadanía de la verdadera "tarea" del gobierno: suprimir toda redistribución de la renta, para evitar que una sola posibilidad de negocio escape al control de sus gestores naturales, esas élites extractivas que tanto están dando que hablar a sociólogos y politólogos.
El presidente lleva adelante la misión encomendada sin problemas, como corresponde a un país anestesiado por la inmadurez política y un aluvión de malas noticias perfectamente diseñado. Pero algo distingue a este gobierno de los demás: su extraordinaria capacidad para mentir sin inmutarse, para aplicar un "grouchiano" cambio de principios en cualquier momento y lugar. Solo Aznar había alcanzado similares cotas de cinismo durante sus últimos meses en el poder.
Pese a lo dicho, el actual presidente lleva dos años y medio manteniendo sus expectativas electorales casi intactas, dado que el principal partido de la "oposición" está en coma, como toda la socialdemocracia europea.
Naturalmente, espectáculos como el que han brindado este misma mañana la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría y la diputada socialista Soraya Rodríguez, una pésima portavoz parlamentaria, con un deplorable intercambio de "y tú más", no hacen sino aumentar el alejamiento ciudadano de la actividad política. Esto es precisamente lo que busca con ahínco la "casta": a mayor alejamiento de los electores, más posibilidades de extender la opacidad de los procesos subterráneos que casi siempre acompañan la acción política; en mayor medida cuando se trata de países tan poco habituados a vivir en libertad como el nuestro.