Hoy ha sido uno de esos días malos, de esos que sabes que van a llegar desde hace tiempo pero que, por algún resorte infantil que conservo con entusiasmo y escaso sentido práctico, crees que podrás evitar tú solo sin hacer nada más que esperar que no llegue. Hoy se ha hecho público el cierre de la librería La Clandestina de Malasaña, una de esas bellas, nobles e inútiles aventuras empresariales que emprende, a veces, la buena gente que camina con la cabeza alta y la mirada clara.
Casi todos los que leen este blog están al tanto de qué es La Clandestina y qué ha significado para mí, pero no está de más decirlo para los que no lo sepan: he podido cumplir un viejo sueño que tenía practicamente abandonado, el de publicar mi poesía, verla en un libro. Nunca podré agradecer a los impulsores de la librería y Editores Policarbonados esto que ya he repetido muchas veces, pero hay cosas que uno no debe cansarse nunca de repetir.
La librería ha sido, en sus tres años de vida, un verdadero punto de encuentro para gente unida por el amor a la literatura, lejos de imposturas comerciales o sociales. Gente, en definitiva, que encuentra placer en leer y escribir, que son las dos relaciones más auténticas que uno puede establecer con el lenguaje.
Yo voy a echar de menos llegar a Madrid - ese Madrid que te mata y te hace llegar al cielo- y acercarme hasta la calle de la Palma para hablar un rato de política o literatura con Mariano, comprar algunos libros que previamente han sido tocados y olidos como Dios manda, comer en La Gata Flora, etc. Sé que para ellos el cierre de La Clandestina es una gran noticia, que les permitirá consolidar una excelente y arriesgada editorial independiente. Pero la sensación que tengo es agridulce. Me vienen a la memoria buenos recuerdos clandestinos: cuando vi mi libro por primera vez, la atmósfera entrañable e irrepetible de La Clandestina, la gentileza de Alena Collar, la paciencia de Marisa Belmonte, la bonhomía de Mariano Velasco, Madrid bajo la lluvia, mi prima Pau y, finalmente, una de las más hermosas historias de amor que jamás me han contado y se hayan visto en la calle Sacramento.
Me dejo cosas en el tintero, lo sé y pido disculpas porque ahora se agolpan recuerdos y emociones que harían interminable este pequeño homenaje.
No me queda más que desear mucha suerte en la andadura a Shara, Mariano y Marisa, buena gente que camina con la cabeza alta y la mirada clara.