"Lamentamos comunicarle que su perfil no se ajusta..." es una frase que desde hace un año y medio leo y oigo con frecuencia. Lo hacemos casi seis millones de personas en este país. Es cierto que muchos de los demandantes de trabajo no tenemos un gran currículo académico, siendo la formación deficiente uno de los más importantes problemas de la población activa en España, por no decir el que más, junto con la falta misma de un empleo.
Nadie discute que vivir en una sociedad, tecnológicamente avanzada, implica elevadas exigencias para los trabajadores en cuestiones referidas a los conocimientos adquiridos y la experiencia en la aplicación de los mismos, pero me sorprende que esas exigencias no se den para los llamados a las más altas responsabilidades del Estado: presidentes del Gobierno, ministros, presidentes autonómicos, etc. A mí me parece importante que los miembros del gobierno, por poner un ejemplo, hablen correctamente inglés - sin discusión la lengua franca internacional, al ganar la partida al francés después de la II Guerra Mundial-; también sería recomendable que tuvieran soltura en el manejo de toda la panoplia de equipos y accesorios que han entrado, para no irse jamás, en nuestra vida laboral. Y aun personal.
También innegable es que vivimos en un país que no genera puestos de trabajo cualificados. Carece de industria y despreciar la investigación ( de hecho, el conocimiento en general) Entonces, no tiene mucho sentido seguir organizando la formación en torno a la idea de una sucesión de estudios de posgrado, para especializar a los universitarios en áreas de conocimiento inexistentes, fenómeno que tiene efectos perniciosos: se pierden recursos "evadidos" al extranjero, ya que aquellos que han obtenido un expediente brillante, tratarán de dar sentido a sus años de esfuerzo en otro país. El segundo efecto es que se acentúa, de manera irreversible, la convicción de que la formación "no sirve para nada", algo que es completamente falso en cuanto uno cruza la frontera. Cualquier frontera. No sirve aquí, porque no tenemos concordancia entre el sistema educativo y el mercado laboral.
Añado que nuestro indolente acervo nos impide estar por la labor de dar a las cosas del estudio, la importancia que tienen, por lo que hemos acabado por no respetarlas. Ni a ellas ni a los beneficios que reportan.
Un gran impedimento para la transformación del sistema, es que los posgrados se han convertido en un negocio rentabilísimo, y muy difícilmente van a renunciar a ellos los que tan dulce vida tienen que agradecerles. Quede claro que, normalmente, hablamos de personas con acceso al poder y sus aledaños. Esto último me parece esencial. El sistema público debería tener un mayor control sobre el amplio abanico de programas y cursos que se ofrecen sin más garantía en muchos casos que la de estar "impartidos", es un decir, por profesionales de prestigio.
Es necesario reformar la formación profesional más allá de las palabras bonitas y las ocurrencias de los ministros o consejeros de turno, dejar de considerarla el sitio donde se estudia " pa'mecánico" o similares.
Por último: la universidad no debería ser entendida como el instituto en el que acaban estudiando los listos o, simplemente, el instituto que sigue al instituto de la ESO y el Bachillerato; debería recuperar la condición perdida de centro de debate intelectual y motor de la sociedad, al que se accediera por estricto mérito académico. Este acceso debería quedar garantizado por un sistema de becas justo y generoso.