Respeto todos los sentimientos que concita este día, 11 de septiembre. Me siento cercano, porque lo comprendo, al dolor que todavía sienten los neoyorquinos que vivieron el infierno del 11-S.
Respeto a todos los que aspiran a la independencia de Cataluña porque no soy nadie para discutir de legítimos sentimientos ajenos. Desear o conseguir la independencia de lo que cada uno considere su patria, es el derecho inatacable de cualquier ciudadano.
Pese a todo esto, mi corazón está en estas horas con el pueblo de Chile; me uno a ellos, a pesar de la distancia física y la del respeto, para recordar al doctor Salvador Allende Gossens, el compañero presidente, uno de los hombres más dignos de la historia reciente y, con seguridad, de toda ella. El doctor Allende defendió con las armas en la mano su compromiso con el pueblo de Chile y con el tránsito que quería pacífico al socialismo.
Este proceso debía liberar a los trabajadores chilenos, devolverles la esperanza, porque la dignidad no la habían ni la han perdido nunca.
Mas las fuerzas siniestras que atenazaban entonces a América Latina, como ahora empiezan a hacerlo con millones de trabajadores europeos, impidieron, con los únicos argumentos y medios que conocen, la revolución pausada de la Unidad Popular.
Mi recuerdo está para todos los cayeron en aquellos días heroicos: Salvador Allende, médico; Víctor Jara, cantautor; Pablo Neruda, poeta.
En ellos personifico a los más de tres mil chilenos desaparecidos, a las decenas de miles de exiliados, a los millones de encarcelados en sus propias casas, en sus trabajos, en su vida.
Con todos ellos grito: ¡ Viva Chile! ¡ Venceremos!