miércoles, 19 de junio de 2013

Estoy gruñendo por encima de mis posibilidades.

Josep María Pedrosa, el malnacido que hace más de dos años firmó mi despido, como trabajador interino de la sanidad pública, al que debo agradecer la sensación de ingresar 426 euros mensuales, es directivo de seis empresas que han facturado más de catorce millones de euros, a esa sanidad pública que él dirige como mano derecha del consejero de Salud, doctor Boi Ruiz.
Este último era, por cierto, el presidente de la patronal de la sanidad privada catalana, hasta pocas semanas antes de tomar posesión de su cargo.

Estas cosas pueden parecer extrañas; es más, incluso pudiera parecer que contravienen la legislación sobre incompatibilidades que afecta a todos los cargos públicos en España, ya lo sean de la administración general del Estado, de las administraciones autonómicas o de las municipales.
En Cataluña/nya estamos muy acostumbrados: mientras mirábamos por encima de nuestros europeos hombros a los ciudadanos del resto del estado, tolerábamos una corrupción galopante que devoraba una administración ineficiente - y sobredimensionada- a mayor gloria del clientelismo tradicional de la burguesía catalana. Así ha sido desde los tiempos gloriosos de Cambó y no parece que nadie tenga intención de cambiarlo; por no insultar a la patria, se entiende.

Me han rechazado en el enésimo proceso de selección; han rechazado mi pequeño poemario pendiente por enésima vez; he comido una paella asquerosa y me han dicho que el jazz y el cine clásico son cosa de pijos, también por enésima vez. Estoy muy enfadado.

Y no he visto ni una sola muchacha con minifalda o con uno de esos vestidos de verano que tanto me gustan. Esto pide violencia y revolución.
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