Los domingos no son útiles mas que por la mañana, para dar paseos gratificantes si el tiempo acompaña.
Por la tarde no tienen sentido; antes, en los años iniciáticos, podían dedicarse esas horas a la práctica del sexo más tierno, al simple cruce de miradas o a la lectura.
Siempre era preferible la cercanía del mar, por la brisa y el arrullo de las mareas.
Así, todo se reducía a dejar pasar las horas, que lo hacían con dulzura; uno podía llevar una cierta vida de rico indolente y amar, también, a Julia Flyte.
Esos momentos, estaba claro, eran privativos. Aquellos domingos de verano, ciertamente, hacían la vida más agradable.