Cuando iba al colegio merendaba pan con chocolate todas las tardes, menos las de los viernes o vigilia de festividad religiosa, que tocaba bollería industrial. Esto fue así durante los ocho cursos de la EGB.
Junto con la merienda, otro recuerdo que me ha quedado grabado es el de la técnica utilizada por los profesores para averiguar quién era el responsable de algún hecho " delictivo". Invariablemente, un profesor nos hacía formar en filas y decía: " Nosotros ya sabemos quién lo ha hecho, pero queremos que lo diga él mismo a sus compañeros y les pida perdón. A ellos y a Jesús." El pavor provocaba, salvo honrosas excepciones, la confesión del culpable, que se veía sometido a una humillante expiación pública.
En una ocasión, desaparecieron varias docenas de raciones de pan y chocolate, iniciándose de inmediato el protocolo represor; uno de mis compañeros, bastante más asustado de lo que estábamos todos los demás - que no era poco- se adelantó y confesó su culpa de rodillas ante todos nosotros y Jesús, naturalmente. No había nada raro en todo el proceso, salvo que miedoso y yo habíamos pasado la tarde cazando renacuajos en un estanque de los jardines del colegio y, desde luego, no había cogido nada. Ni los profesores ni Jesús conocían la identidad del ladrón.
A partir de aquel día, cogíamos chocolate siempre que se despistaba el encargado de la merienda, nos escabullíamos de las confesiones de los viernes por la tarde o nos inventábamos faltas que se nos antojaban terribles a nuestros doce o trece tontos años.
Al año siguiente, que era el primero del bachillerato, miedoso y yo dimos una vuelta de tuerca algo excesiva y comíamos cada día en el comedor escolar, pese a que nuestros padres nos permitían comer fuera del colegio y nos daban dinero para "hacer un menú". Lo que no pagaban era la cuota del comedor, claro, detalle que pasó inadvertido todo el curso, para nuestro regocijo de fumadores primerizos y exploradores de los alrededores del colegio.
En estos días complicados que nos está tocando vivir, tengo la sensación de que los políticos - todos ellos sin excepción- son como los profesores de mi colegio: juegan con el miedo de los ciudadanos, para que éstos no se den cuenta de la verdadera dimensión de su incompetencia y pierdan una posición, preeminente, que sólo ocupan por razón de ese miedo que han logrado infundir.
Y tal vez haya llegado el momento de dejar de comportarnos como niños y salir a explorar el espacio exterior.