De todas las situaciones extrañas que nos ha brindado la actividad política durante las últimas semanas, que tiempo habrá de ir comentando, me ha llamado la atención una que podría considerarse poco relevante: la concejala en Salt ( Girona) del partido xenófobo Plataforma per Catalunya, Joana Martínez, se ha visto obligada a abandonar el partido cuando confesó, a sus compañeros del ayuntamiento, que convivía con un ciudadano camerunés. En la entrevista publicada en El País Política, el pasado viernes 12 de agosto, la concejala expresaba su enfado por la actitud de su partido, como sí hasta el momento hubiese ignorado la verdadera naturaleza del mismo. Joana Martínez, persona con una educación muy básica, asumió sin grandes dificultades el discurso público del partido, que niega su carácter racista y mantiene que sólo se opone a la llegada y permanencia de los extranjeros "que roban y violan". Es un discurso que cala con facilidad entre la población, puesto que a través del miedo irracional y exagerado al extranjero - xenofobia- crea culpables de las dificultades generadas por el sistema y distrae de las verdaderas causas.
Aunque todas las personas son permeables, en mayor o menor medida, a este tipo de construcciones ideológicas, queda claro que algunas están más expuestas, tanto por razones de desconocimiento con respecto a los recién llegados, como por la propia situación de inestabilidad económica.
Esta anécdota muestra con claridad la construcción del neofascismo que empieza a ensombrecer Europa, utilizando buena parte de las técnicas tradicionales - mensajes simples y contundentes dirigidos a sectores de la población sensibles, por razones ya expuestas, a los cambios sociales que acarrea la inmigración-.
Pero los nuevos fascistas han "acuartelado" a los sectores más proclives a la violencia, visten trajes caros y utilizan un lenguaje, sin aristas ni estridencias, para proyectar los miedos de siempre.
Hay una cosa que marca la diferencia entre esta ultraderecha y la de los años treinta: está pescando en los caladeros tradicionales de la izquierda - los barrios obreros- sin perder los propios - los acomodados-. Y se está instalando con mayor rapidez y amplitud en los países que mantenían un modelo social más avanzado, como los escandinavos, que, por ese motivo, atraían en mayor número a extranjeros deseosos de mejorar sus expectativas vitales.