La religión es un sistema moral de ordenación de la actividad humana, que se basa en la existencia - no demostrada- de un ser sobrenatural, inmortal, omnipresente y omnímodo que, en algunos casos, ostenta un poder absoluto sobre todas las cosas y personas. Este es el modelo de las tres grandes religiones monoteístas: judaísmo, cristianismo e islam.
Desde luego, es una manera legítima de afrontar las dudas, sobre la trascendencia más allá de la vida material, que azoran al ser humano. Pero la religión es, por su naturaleza, excluyente y con la pretensión de alcanzar la misma omnipresencia que otorga a Dios.
El menoscabo que un sistema de esta naturaleza supone a la libertad de conciencia es evidente, por eso los laicos defendemos que la religión se mantenga en un ámbito privado y que la sociedad organice su convivencia a partir de consensos surgidos de procesos democráticos, garantes de la igualdad de derechos para todos sus miembros.
Esto no sitúa a los laicos en contra de la idea de Dios o de los que en ella creen, pese a que este es el discurso que ha sostenido la Iglesia católica, con singular virulencia, para explicar su evidente retroceso en las secularizadas sociedades occidentales. La verdad es que el mantenimiento inamovible de un discurso a lo largo de dos mil años, que ya no responde a las necesidades morales de la sociedad actual, ha alejado a muchos antiguos creyentes hacia otras convicciones de similar naturaleza o hacia la ausencia de ellas.
El despliegue propagandístico que la Iglesia ha llevado a cabo en España durante la visita "pastoral" del papa, con la colaboración obscena de poderes públicos, que no han reparado en gastos para ganarse el favor de una organización decadente, evidencia que debemos iniciar una reflexión urgente sobre el modelo de sociedad que queremos y, sin perjuicio de esto, regenerar la vida política mediante la movilización pacífica de una ciudadanía a la que no le parece necesario manifestar su opinión ante una clase política con intereses corporativos muy poderosos, que la acercan a quienes detentan el poder económico.