Las palabras pronunciadas por Gregorio Peces-Barba el pasado jueves, en el marco de una conferencia dictada con motivo del X Congreso Nacional de la Abogacía, aludiendo jocosamente a los bombardeos que ha sufrido a lo largo de su historia la ciudad de Barcelona, son claramente desafortunadas y constituyen munición para los nacionalistas catalanes. Dadas las discretas perspectivas electorales de estos últimos, las palabras del que fuera ponente constitucional y presidente de las Cortes durante la II Legislatura, les han caído como agua de mayo.
A este respecto sería bueno aclarar algunas cosas que se prestan, al parecer, a confusión.
Los catalanes estamos acostumbrados a tener que aguantar chistes no siempre agradables a costa nuestra y a escuchar frases inequívocamente idiotas como " ¡ anda, sí no pareces catalán!", cuando tratamos de comportarnos civilizadamente ante el humor de dudoso gusto que nos tiene por objetivo preferente. Ese no parecer catalán, implicaría que hay una manera concreta de serlo, con lo que se está dando la razón a los que defienden la diferencia y, a partir de ella, curiosas teorías que llegan a vincular superioridad étnica, beneficio económico y vidas separadas. No sé si alguien había reparado en ello.
Nosotros, para decepción de muchos, imagino, somos como casi cualquier hijo de vecino, sea este madrileño, utrerano o laosiano. Nos gustan algunas cosas muy parecidas y otras, no tanto: apreciamos un sentido del humor similar al que se les supone a los británicos, disfrutamos con la buena mesa, el sexo, la música, las cosas bonitas en general, los viajes. Tal vez si haya dos diferencias con el resto de seres humanos: la primera es que nos hace mucha ilusión cuando todo esto nos sale gratis, qué le vamos a hacer. La segunda es esa manía que tenemos por frotar tomate crudo y maduro sobre rebanadas de pan ( total, para después aliñarlo con aceite y sal, igual que los españoles) Pero todo esto son cuestiones generales matizadas por las particularidades de cada uno, exactamente igual que en Suecia o Nepal, por poner ejemplos tan lejanos o cercanos como queramos sentirlos.
Me gustaría decirle al profesor Peces-Barba que ha estado muy bien de reflejos al pedir disculpas, porque con cuestiones como los bombardeos sobre civiles indefensos no debería bromear nadie y, además, porque evita que algunos - que no tienen empacho en utilizar los tópicos sobre la capacidad de trabajo de andaluces y extremeños- se envuelvan en banderas, para evitar que se hable de la destrucción de los derechos y conquistas sociales que están llevando a cabo, en nombre de una patria tan exactamente maldita e innecesaria como todas las demás, incluidas, la española la sueca o la nepalí.
Otra cosa que me gustaría decir es que el profesor se ha equivocado, pero no es un hijo de puta por eso ni merece que se lo llamen. Nadie lo merece, salvo, tal vez, los que esconden su ambición detrás de una identidad nacional y sus miedos detrás de unas fronteras. Y de esos hay demasiados en muchos sitios, porque la insensatez no solo corroe la periferia de la península.
Probablemente, la solución a determinadas situaciones como la que se han planteado con las palabras de Peces-Barba o las de Durán i Lleida, llegará cuando dediquemos más tiempo a conocernos y menos a regocijarnos con todos los defectos que nos gusta atribuir al otro, sobre todo, si tenemos en cuenta lo bien que les va a personajes poco recomendables, que la gente prefiera lo segundo antes que lo primero.
PD: A los catalanes también nos gusta la paella, pero no he dicho nada porque ya sabéis lo quisquillosos que son los valencianos. Añado que se han detectado catalanes del Madrid o aficionados a los toros, a quien pueda interesar.