Si este mentido asesino de dones
atraviesa la noche oscura de su alma
es para dejarte bien claro, mamá,
que no me arrepiento de nada.
Oíste bien,
Es imposible sentirse culpable
cuando no hay más límites
que las dimensiones de esta pantalla.
Sabes que por mucho que me identifique
con los revividos muertos
de George A. Romero,
que haga tan míos los encendidos ojos
de Christopher Lee,
como abyecta la mirada
de Vicent Price,
soy incapaz de matar una mosca;
a veces incluso soy un cobarde
que huye por los intrincados laberintos
de su memoria, sintiendo detrás
el estridente aliento de la motosierra
de Leatherface,
el hacha homicida
de Jack Torrance,
las afiladas uñas
de Freddy Krueger,
y corre entre viejas
y enmohecidas lápidas,
y se pierde entre las ruinas de un castillo
poblado de fantasmas
que pronuncian tu nombre;
pero el final, mamá, siempre es el mismo,
aterrizar de bruces sobre la realidad,
podría hacerlo sobre el vibrante cuerpo
de Soledad Miranda,
en una peli de Jess Franco,
o en ese agujero en la pared que conduce
directamente a los encantos
de Janet Leigth,
pero no,
lo hago sobre esta realidad que me entritece,
en la que soy tan frágil como una virgen
a punto de ser asesinada.
No me arrepiento, mamá,
por mucho que quieras
hacerme sentir culpable,
sabes que mis crímenes
no son de este mundo
Este poema ha sido copiado del blog de Gsús Bonilla