lunes, 3 de julio de 2017

Poesía - Jorge Arbenz

Qué tentación tan grande
relacionarme con todos
Decir "Cuánto os echo de menos"
sabiendo
todos
que es mentira
A mis vecinos
les diría que los detesto
Y sería
el hombre más feliz del mundo
al experimentar
la valentía por primera vez
Hasta ahora no
he hecho más que
mirar
escuchar
la lluvia Los
ojos cerrados y el temor a
Dios
enhiesto

miércoles, 22 de febrero de 2017

Don Antonio y la República

Algunos creemos que hay más héroes entre los maestros y los médicos que entre los soldados, aunque haya maestros y médicos sinvergüenzas, o soldados dignos de admiración y elogio. Pero hay uno que no admite matices: fue héroe, maestro, honrado y modesto; naturalmente hablo de don Antonio Machado, que un día como hoy nos dejó lleno de dolor y olvido, hace 78 años. Demasiados. 
A veces parece que España y compasión son términos antitéticos, a veces parece que nos gusta; no somos capaces de aprender de los españoles como don Antonio, nos dejan en evidencia  a todos los demás. 
Una vez escuché a un político conocido decir que a don Antonio, "a Machado" decía él, se le tenía que traer de vuelta a España con escolta montada de la Guardia Civil. Digo que habría que preguntarle al poeta, si ello fuera posible; en cualquier caso sería mejor una escolta de maestros y alumnos que fueran recitando sus poemas, inaugurando escuelas y bibliotecas e izando la bandera republicana allá donde se aspirase a vivir en un país decente, que eso era la República: una aspiración machadiana a vivir en un país leído, amable y honrado, un país en el que un hombre como don Antonio dijera con alegría, al verse reflejado: ¡Patria mía!

Yo voy soñando caminos...

Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...

¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero,
a lo largo del sendero...
-La tarde cayendo está-.

En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día;
ya no siento el corazón.

Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.

La tarde más se oscurece;
y el camino se serpea
y débilmente blanquea,
se enturbia y desaparece.

Mi cantar vuelve a plañir:
Aguda espina dorada,
quién te volviera a sentir
en el corazón clavada.