lunes, 17 de agosto de 2015

Poesía- Jorge Arbenz

Probé una vez el arroz
con bogavante hace seis años
no me pareció que hubiera
para tanto La verdad

Una crema de salmorejo
aliviaba el calor de junio

bebía agua con sed mucho hielo y
rodajas de limón
De postre elegía

siempre

unos pequeños pasteles de café
llamados eclair por el camarero que
era también
maitre barista y amigo de sus amigos

Eran los primeros días
de junio
Mi padre agonizaba en el hospital y
yo
ante el plato de arroz con bogavante

lo olvidaba entre las tres y las cuatro

jueves, 13 de agosto de 2015

El machismo mata (sin descanso ni castigo)

Han asesinado a tres mujeres más. Y van cientos, tal vez miles, muchas más víctimas que las causadas por ETA. Da igual, las mujeres no se organizan lo suficiente, no tienen el poder económico suficiente y muchas de ellas creen que la educación que reciben (o dejan de recibir) sus hijos no tiene nada que ver con la catástrofe; así, siguen perpetuando los patrones de conducta que aligeran, cuando no ignoran, la quiebra moral de la violencia machista.

Ahora volveremos a oír la canción de las denuncias falsas y, también, la de los silencios cómplices, esos que nos hacen creer que la violencia es una cosa privada, un "problema" de las mujeres que se visten como unas golfas y entonces pasa lo que pasa. Terriblemente constatamos que sí, que entonces pasa lo que pasa, que las matan a la espera de que a algún imbécil se le ocurra decir que merecen un funeral de Estado.

La verdad es que damos asco, no somos capaces de resolver este horror cuando conocemos perfectamente las soluciones: más medios para la policía, jueces, servicios sociales y educación, educación, educación.
Pero no lo hacemos, ni lo harán/haremos hasta que las mujeres empiecen a votar con criterios de legítima defensa.

martes, 11 de agosto de 2015

Ensaladilla rusa, democrática y popular

La ensaladilla rusa se llamaba originalmente "ensalada Olivier", según acabo de leer, por su creador, el cocinero francés Lucien Olivier, que triunfó con una ensalada llena de carísimos productos rusos - caviar, lengua de ternera o langosta de Crimea- en su restaurante moscovita, el preferido de la aristocracia en la segunda mitad del siglo XIX. Hasta aquí todo bien, salvo que Lucien murió joven y, unos años después, a los bolcheviques no se les ocurrió otra cosa que hacer la revolución. Con éxito, por cierto.
Los bolcheviques adaptaron la receta de Olivier para que pudiera ser consumida por la mayoría de los rusos, con ingredientes asequibles. Esta ensalada fría fue extendiéndose por toda Europa hasta que llegó a España, primer país en llamarla "rusa" en atención a su origen.

Como no podía ser de otra manera, el cuento acaba echando la culpa de todo a los comunistas, que no hicieron otra cosa que democratizar una ensaladilla mucho más accesible para bolsillos modestos revolucionarios.
De todo esto saco dos conclusiones: la primera es que los comunistas siempre hemos velado por acercar al pueblo aquellas recetas que hacen su vida más cómoda, ya sea la ensaladilla rusa o la suela de zapato en la típica ciudad asediada por tropas nazis; la segunda conclusión es que, haya nazis cerca o no, la ensaladilla rusa no es esa mierda de menestra con mayonesa de bote que se zampan los turistas borrachos en Mallorca, Lloret o cualquier otra meca de la cultura europea.

Acabo, la mejor versión de esta tapa que he probado, en un bar de Barcelona, es la conocida como marinera murciana: una porción de ensaladilla, recubierta de uno o dos filetes de anchoa, sobre una rosquilla de pan tostado. Extraordinaria.

Gracias camaradas, gracias ensaladilla, ¡todo el poder para los soviets!