martes, 11 de agosto de 2015

Ensaladilla rusa, democrática y popular

La ensaladilla rusa se llamaba originalmente "ensalada Olivier", según acabo de leer, por su creador, el cocinero francés Lucien Olivier, que triunfó con una ensalada llena de carísimos productos rusos - caviar, lengua de ternera o langosta de Crimea- en su restaurante moscovita, el preferido de la aristocracia en la segunda mitad del siglo XIX. Hasta aquí todo bien, salvo que Lucien murió joven y, unos años después, a los bolcheviques no se les ocurrió otra cosa que hacer la revolución. Con éxito, por cierto.
Los bolcheviques adaptaron la receta de Olivier para que pudiera ser consumida por la mayoría de los rusos, con ingredientes asequibles. Esta ensalada fría fue extendiéndose por toda Europa hasta que llegó a España, primer país en llamarla "rusa" en atención a su origen.

Como no podía ser de otra manera, el cuento acaba echando la culpa de todo a los comunistas, que no hicieron otra cosa que democratizar una ensaladilla mucho más accesible para bolsillos modestos revolucionarios.
De todo esto saco dos conclusiones: la primera es que los comunistas siempre hemos velado por acercar al pueblo aquellas recetas que hacen su vida más cómoda, ya sea la ensaladilla rusa o la suela de zapato en la típica ciudad asediada por tropas nazis; la segunda conclusión es que, haya nazis cerca o no, la ensaladilla rusa no es esa mierda de menestra con mayonesa de bote que se zampan los turistas borrachos en Mallorca, Lloret o cualquier otra meca de la cultura europea.

Acabo, la mejor versión de esta tapa que he probado, en un bar de Barcelona, es la conocida como marinera murciana: una porción de ensaladilla, recubierta de uno o dos filetes de anchoa, sobre una rosquilla de pan tostado. Extraordinaria.

Gracias camaradas, gracias ensaladilla, ¡todo el poder para los soviets!