martes, 22 de febrero de 2011

El golpe


Mañana se cumplen treinta años del golpe de Estado conocido como el "23-F", cuando un grupo de militares y civiles, nostálgicos del franquismo, interrumpieron una decisiva votación en el Congreso, para investir a Leopoldo Calvo- Sotelo como sucesor de Adolfo Suárez, que había dimitido del cargo de presidente del Gobierno superado por la crítica situación del país . La intención no era otra que acabar con el proceso democrático que, con no pocas carencias, se había iniciado en España a la muerte de Franco.
Visto con la perspectiva del tiempo, el golpe fue una gran chapuza que tenía todas sus posibilidades de éxito cifradas en la caótica organización de los servicios de seguridad españoles y la endeblez de las estructuras democráticas del Estado.

De todos los protagonistas conocidos nos queda en la memoria el teniente coronel Tejero, oficial de la Guardia Civil que ya había participado en otro intento involucionista conocido como la "Operación Galaxia". Tejero era un católico integrista vinculado a los sectores más ultras de las fuerzas armadas, conocido por su carácter exaltado y sus escasas competencias profesionales, que reclutó mediante engaños a buena parte de los guardias que entraron en el Congreso.
Probablemente, Tejero se adelantó a las previsiones de otros involucrados en la trama, como el general Milans del Bosch, capitán general de Valencia y uno de los muy pocos altos oficiales respetados por los aliados norteamericanos. Milans se vio obligado a sacar los tanques a la calle en Valencia, para provocar un efecto dominó que no llegó a producirse por la falta de coordinación de los golpistas, y la enérgica actuación de algunos militares que no querían levantarse contra el rey - aunque sus convicciones democráticas dejaran mucho que desear-.
El mensaje televisado del monarca dio la puntilla a la conspiración y detuvo la salida de los carros de la División Brunete, en aquel entonces la unidad más poderosa del Ejército, que se desplegaba con claros criterios de control del orden público en los alrededores de Madrid.
Cuando, a primeras horas de la mañana del 24, se iba haciendo evidente el fracaso del golpe, se produjo una de las escenas más grotescas que se recuerda de aquella jornada, con casi todos los guardias abandonando el edificio del Congreso por las ventanas, mientras el teniente coronel Tejero despedía a unos pocos a la puerta del Congreso, estrechándoles la mano antes de que volvieran a sus destinos - casi todos en la Agrupación de Tráfico de Madrid-.

No he pretendido hacer un comentario exhaustivo de la jornada, porque no estoy en condiciones de añadir nada nuevo a las muchas sombras que todavía la oscurecen, pero me parecía adecuado hacer notar lo frágil que es la libertad y lo importante que es el esfuerzo colectivo de la ciudadanía por mantenerla. Me permito recordar que nadie se movió en este país: ni ciudadanos, ni organizaciones sociales, ni partidos políticos hasta el día siguiente, cuando ya estaba la situación controlada.
Una situación que nos resulta preocupantemente familiar.