lunes, 14 de febrero de 2011

Esta vez no tocaba, Bardem.


Ayer se concedieron los premios Goya 2011, que alcanzaban su vigesimoquinta edición, en una gala irregular con algunos buenos momentos y otros bochornosos, como el protagonizado por ese gran imbécil profesional que es Jimmy Jump o la descarada promoción que Santiago Segura hizo de la nueva entrega torrentiana. Por contra, el número musical protagonizado entre otros por Luis Tosar, Paco León y Laura Pamplona,  fue de lo mejor que se ha visto en muchos años.

El reparto de premios obedeció a la lógica de clanes y tics políticos que domina la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas desde su nacimiento. Javier Bardem, un actor excelente y de poderosa presencia escénica, pasó injustamente por delante de los soberbios trabajos de Antonio de la Torre y Ryan Reynolds, castigado el primero por aparecer en la película del rebelde y egocéntrico Álex de la Iglesia y el segundo porque la película era más americana que española - lo que no deja de ser razonable-.
Asimismo se ha olvidado a la gran Terele Pávez, una de las mejores secundarias del cine español. Puede hacerse mención, con no menos sorpresa, a la paradoja de dejar en la estacada a Sergi López, el mejor actor de la gran triunfadora: Pa negre.

La película de Villaronga, una larga y aburrida historia sobre la represión franquista en la dura posguerra española, cumplió con la cuota de empatía hacia cualquier cosa que venga de Cataluña, que algunos progres madrileños parecen tener entre sus obligaciones insoslayables. La mejor película de las cuatro candidatas era, sin discusión, la sorprendente y audaz Balada triste de trompeta . Incluso la concesión del Goya al mejor guión adaptado, prefirió la película de obligado reconocimiento en claro de perjuicio de  Elisa K, una magnífica película también catalana, que ya fue olvidada en la candidatura a mejor actriz en papel protagonista - Aina Clotet-.
No entraré en la necesidad de acabar con los premios de beneficencia - de revelaciones y noveles- por no borrar la sonrisa que provocó la deliciosa y limpia emoción de los jóvenes ganadores, pero quiero recordar que los actores o directores son actores o directores y su trabajo es el mismo, con independencia de la edad o experiencia de quien lo lleva a cabo.

En definitiva, la academia nos regaló con una nueva sesión de terapia para autoestimas bajas, como la que arrastra un cine español tan sobrado de talento como de egos desbocados y servidumbres para-políticas.

La foto es de 20 minutos.