Hoy han condenado a Baltasar Garzón. Se ha consumado la operación de acoso y derribo a la que este magistrado, técnicamente limitado, fue sometido desde que decidió cuestionar el equilibrio de poderes surgido al amparo de la Transición; porque no hay que equivocarse, a Garzón le malquerían en la derecha, pero no solo: En los aledaños de los que, el pasado sábado, confirmaron su control sobre el partido socialista, se ha recibido con alivio, incluso con alegría, la condena. Estoy completamente seguro.
A Garzón lo condenan contra la opinión del fiscal y con el escepticismo de buena parte de los teóricos del derecho procesal y penal. Pero no lo hacen por haber prevaricado, que no lo ha hecho; a este jurista andaluz lo condenan porque asumió su papel de adalid de la Justicia, alentado por una determinada izquierda y un cierto apego a la notoriedad. Pero hay que decir que se ha comportado, en ese papel, con un coraje que le hace digno de respeto. Y es algo que muy pocos pueden decir en este país.
Los que pactaron la transición de la dictadura a la partitocracia que nos permiten, no van a ceder sus privilegios. Nunca.
En esos pactos estaban la clase política, la banca, la Iglesia, la oposición, los terratenientes, los empresarios. Es decir, estaban los vencedores de la Guerra Civil, más los arribistas que se apoderaron de los restos de los vencidos.
La condena a Garzón no es una disfunción coyuntural de la Justicia, es la consecuencia de una situación forjada hace casi cuarenta años sobre la memoria de la República y de los que entregaron su vida con gallardía para defenderla.
Quiero decir con todo esto que, el problema verdadero, no solo es la intolerable condena a un hombre que ha querido restaurar el honor de los que lucharon por la libertad de este país, el problema verdadero es que la oligarquía amamantada, desde 1975, por la idiocia y la apatía política de los españoles, ha decidido acabar con todos los avances sociales conseguidos en estos años de relativa democracia. Y lo hace con todo el descaro, haciendo el paseíllo a los suyos - Camps y Costa, por ejemplo, aunque hay muchos más- porque sabe que, a los españoles, nada les interesa más que su equipo de fútbol o su pantalla de plasma. Para nuestra vergüenza.