miércoles, 25 de julio de 2012

Crisis.

Probablemente, estamos agotando nuestra capacidad de sorprendernos con la crisis que nos atenaza, hasta llevarnos al umbral del desastre; no creo que entrase en las previsiones de ninguno de nosotros: por su crudeza, por su duración y por la cantidad de aspectos de nuestra vida que ha logrado transformar para mal.
No es una crisis económica provocada porque los ciudadanos han vivido por encima de sus posibilidades; no es cierto, al menos, en un país con un sesenta por cierto de su población activa cobrando esos célebres salarios de "mileurista", que ahora se antojan un lujo para muchos de nosotros, tanto los que estamos en situación de desempleo, como los que se mantienen en su trabajo en condiciones laborales sometidas a un profundo proceso de degradación.
Esta "crisis" es una descomunal caída libre del sistema capitalista que, contra lo que pudiera creerse, no viene propiciada por su vencimiento, al contrario: está provocada por las élites rectoras del mismo sistema, que necesitan destruir las escasas garantías de justicia social ofrecidas, para reducir a una mayoría de la sociedad a la esclavitud y poder, de esta manera, aumentar sin límite alguno beneficios y privilegios.
Es evidente que los vaivenes de la economía provocados por los llamados "mercados", obedecen a estrategias destinadas a desestabilizar los mecanismos democráticos, o más o menos democráticos, que permitían a la ciudadanía un cierto control sobre su destino como individuos y como sociedad.

Me parecen significativas las actitudes del actual gobierno de España: ni siquiera cuando los datos económicos son de una gravedad extrema, ceja en sus proyectos de devolvernos a las esencias del ser nacional. Esencias como la vida organizada en torno a los valores más conservadores de la Iglesia católica, determinadas tradiciones "culturales" relacionadas con el ocio ciudadano - los toros, singularmente- y, junto con todo ello, la afirmación de España como una entidad monolítica que no contiene en su cuerpo castellanohablante impureza alguna.
Muchos de estos empeños no son otra cosa que intentos exitosos, todo hay que decirlo, de exhibir la fuerza que ha permitido a la oligarquía política burguesa, aliada con el poder del dinero y la religión, dominar y modelar España a su antojo. Hay que recalcar en este punto, que la visión que tiene la derecha de España es puramente patrimonial; recibida en cómoda herencia del Antiguo Régimen.

No siendo una crisis meramente económica, no puede tener una salida meramente económica. La movilización social ha de tener como objetivo, en las brillantes palabras del politólogo Pablo Iglesias, " la transformación de la relación entre el poder y quién lo desafía, para que aquella sea favorable a este último".
Esto implica que no puede quedarse todo en la paralización o derogación de las "reformas" emprendidas por el actual Gobierno. La ciudadanía debe tomar conciencia de su responsabilidad última en la situación y arrebatar el poder a quienes lo han detentado en su propio provecho con total impunidad. Y hablo de poder en sentido amplio: político, económico y social. Los actores de la Transición deben desaparecer de la escena, la economía debe ponerse al servicio de los ciudadanos y éstos han de iniciar un profundo cambio en su percepción de la naturaleza del sistema democrático, pensado para que una sociedad adulta se comporte como tal.