jueves, 31 de mayo de 2012

Silbaritas

Los silbidos que las aficiones del Fútbol Club Barcelona y el Athletic Club de Bilbao, dedicaron al himno español en la pasada final de la Copa del Rey de fútbol, han provocado las iras de eso que ha venido en llamarse la "caverna mediática" de la derecha, formada por diarios y emisoras de radio y televisión afines a los postulados del Partido Popular. Se han incendiado imprentas y antenas por la ofensa "separatista" a los símbolos sacrosantos de la Patria.

Por la cuenta que les trae, olvidan estos "cavernícolas" el poco respeto que muestran hacia los símbolos de las que - los " separatistas"- consideran sus patrias. No parecen entender que la legitimidad emocional de todos ellos es la misma y debieran merecer, por tanto, el mismo respeto todas las banderas e himnos.
Me gustaría apuntar, no obstante, algo que es de sobras conocido, pero que tiende a ocultarse por conveniencias extrañas y ajenas a la objetividad: los símbolos visiblemente abucheados en el Vicente Calderón, molestan y ofenden a mucha gente que no tiene ni un ápice de "separatista"; simplemente vinculan el himno español y la bandera roja y amarilla, al régimen de Franco. Naturalmente, esto es así porque la izquierda no ha movido un dedo por elaborar un discurso progresista de España, que es perfectamente posible, tanto, que alumbró hace ochenta años el único intento serio de crear un marco político y social de convivencia para todos, durante la brevísima e intensa vida de la II República.

Otro aspecto que expresamente se oculta,  también por conveniencia, es el del placer refinado e intenso que, para muchos, supone hacer algo que molesta a otro u otros por los que no se siente simpatía alguna, especialmente sí a los otros se les supone vinculados al poder que tan díficil nos está poniendo la vida. Eso es lo que convierte a un buen número de culés y leones en silbaritas, antes que en separatistas.

Personalmente no siento ningún respeto, sacro o laico, por los símbolos patrióticos o las patrias que representan. Me parece una majadería convertir las interioridades sentimentales de cada uno de nosotros en  una verdad inmutable que sirva de nutriente a una acción política, pero creer en esto es inatacable y legítimo, con independencia del tamaño y la veracidad histórica de la patria en cuestión, desde el punto de vista democrático. Exactamente igual que manifestar, de forma pacífica y ruidosa, la aversión  que puedan suscitar los símbolos de "otros".