«General, vigile a su hija: ha intentado sentarse sobre mis rodillas cuando yo aún estaba de pie». Phillip Marlowe.
domingo, 25 de abril de 2010
Samaranch
De todas las cosas que hemos visto estos días primaverales, pocas me han hecho sentir tanta vergüenza como el alud de parabienes y elogios a la figura de Juan Antonio Samaranch.
El fascista Samaranch, que siempre supo navegar entre dos aguas, o entre catorce, amasó una fortuna gigantesca con la especulación inmobiliaria que llevó a cabo junto a, entre otros, su amigo Porcioles, uno de los peores alcaldes que ha tenido Barcelona. Además de eso, fue el amo y señor del deporte español, al que consiguió mantener fuera de cualquier éxito, mientras él hacía rentables negocios; siguiendo los mismos criterios que, años después, aplicaría con mayor éxito todavía, desde la presidencia del Comité Olímpico Internacional.
Todos los años dedicados a tan fructíferas actividades, le dieron acceso a una de las mayores redes de influencias de que se tiene constancia: reyes, presidentes, empresarios, banqueros y más de una amistad sospechosa en la desaparecida Unión Soviética, que se mantuvo en la actual Federación Rusa.
Los discursos del rey, su heredero y varios políticos en activo de la llamada izquierda, me han parecido especialmente sonrojantes: viven del dinero público y Samaranch fue un leal servidor del régimen asesino de Franco, al que ahora impiden someter a juicio, precisamente, algunos de los amigos y correligionarios de Samaranch. De la derecha reconocida no digo nada, porque se limita a proteger con celo la memoria de uno de los suyos, al que tanto deben.
Este país no tiene memoria ni dignidad, de tenerlas, los borbones y la deleznable casta política que les sirve, estarían ya camino del exilio