Ayer, a eso de las ocho de la tarde, pensaba que mi próxima entrada en este blog sería una referida al supuesto debate entre dos de los candidatos a la presidencia del Gobierno, pero tengo dos razones para cambiar de opinión, la primera es que no hubo debate, solo dos actores representando su papel. La indudable capacidad intelectual de Alfredo Pérez Rubalcaba y, también, sí, de Mariano Rajoy Brey, no consiguió hacernos olvidar que son, simplemente, dos leales peones del sistema corrupto que nos está ahogando y lo seguirá haciendo mientras no pongamos remedio. Y parece que no estamos por la labor: todavía hay una mayoría de gente con la panza llena y acomodada en una feliz indiferencia, ante la pérdida de derechos no fundamentales como el que garantiza la cobertura sanitaria, la educación, las pensiones, etc ( sí lo serían, en cambio, el derecho a ir al fútbol, a emborracharse los fines de semana y, por último, a endeudarse hasta las cejas para comprarse una televisión de cincuenta y cuatro pulgadas, de esas que obligan a algún miembro de la familia a dormir en la terraza)
La segunda y muy triste razón para no hablar del debate es la muerte de Tomás Segovia, uno de los mejores poetas españoles. Hijo del exilio, Segovia jamás abandonó los ideales republicanos de su familia, pero tampoco frecuentó en exceso los círculos del exilio, algo que, como no podía ser de otra manera, le costó uno nuevo y casi tan doloroso como el provocado por la guerra.
Enemigo de toda perversión identitaria y ciudadano del mundo en el mejor y más amplio sentido de la expresión, El País recoge unas palabras del poeta que me parece muy necesario no permitir que caigan en el olvido:
Un escritor español del siglo XX es más del siglo XX que español. Tiene más que ver con un checo del mismo siglo que con un compatriota suyo del XV. Las identidades existen, pero de hecho, no de derecho. Invocar como derecho un hecho diferencial es lo más alejado que existe de la democracia. Es lo mismo que invoca un rey respecto a sus antepasados. Al final, la identidad siempre acaba en bombas. Más que las identidades importan las lealtades. Y para ser leal hay que ser libre, único, mientras que lo identitario es lo idéntico.
Aquí dejo uno de sus poemas, " No volverá":
No volverá
como el calor que el pan exhala,
esta mitad ya de tu vida,
no volverá a entibiarte aquella sangre
que ya corrió.
Inhábil como un niño,
tu jaula mal cerrada sus pájaros dispersa;
al viento van tus días,
despedazados aleteos.
Lo que ha sido tu vida,
sobre la tierra ahora tiene menos peso
que la huella de un beso
posada en una frente.
O como una palabra
(menos aún que un beso);
¿y a quién se la dirás?
¿a quién le confiarás que amaste, odiaste,
tuviste un día el tiempo entre tus brazos?
El nombre del pasado no quiere decir nada
si no es para los labios que lo dicen.
Buscarás en el peso del silencio
lo que el presente duramente trenza,
y para tener algo entre las manos,
no dirás «he vivido»,
no hablarás esas sílabas
que conmueven tan fugitivamente al aire...