miércoles, 23 de noviembre de 2011

Majoy

Desde el pasado día 20 se suceden los avisos sobre la verdadera gravedad de la situación financiera de España. A lomos de los millones y millones de votos de ciudadanos que,  legítimamente, han pensado que la solución a la crisis estaba en la aplicación de las mismas teorías que la han provocado, las fuerzas de la derecha han iniciado algo que los educados en la severidad retrógrada del catolicismo, conocemos perfectamente: el uso indiscriminado del terror preventivo. Consiste esta técnica en amenazar a un individuo, o a un colectivo, con un mal insoportable, que solo podrá evitar si se aviene a someterse a otro aparentemente menos lesivo.

Del mismo modo que a los pocos días de ganar las elecciones autonómicas catalanas, en diciembre del año pasado, el diputado convergente Oriol Pujol afirmó que la Generalitat no tenía dinero para pagar las nóminas de los funcionarios, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, ha dicho que  el país no tiene reservas para hacer frente al pago de sueldos, pensiones y prestaciones de desempleo. Naturalmente, todo esto forma parte de las torturas psicológicas, que preparan el terreno para las medidas de ajuste que el poder financiero necesita para que, los recursos destinados a los servicios esenciales, sean desviados a los  juegos de inversión especulativa.
España tiene recursos de sobra en los paraísos fiscales, depositados cuidadosamente por las grandes e insolidarias fortunas del país; tiene recursos de sobra enterrados en las administraciones duplicadas, cuya única razón de ser es convertirse en fuente de empleo para las "agencias de colocación" de los partidos y sindicatos. España tiene, finalmente, recursos de sobra invertidos en las vergonzosas compras de material de guerra, perfectamente prescindibles, que llevaron a cabo los gobiernos ultra-conservadores de José María Aznar.

Leía hace poco que las conquistas sociales son, en realidad, concesiones de las élites dominantes cuando ven peligrar sus privilegios, cuando tratan de aplacar a la mayoría de la población, para no perderlo todo. Esta es una gran verdad. Durante la campaña electoral se ha hablado muchas veces de la criatura Rubaljoy, esa que habían engendrado las malas conciencias de los dos únicos candidatos con posibilidades de alcanzar la presidencia del Gobierno de España. Como un Merkozy a escala provinciana, Rubaljoy ha encarnado, durante quince días, las pesadillas y fobias de todos los mileuristas, funcionarios, parados, inmigrantes y demás despojos sociales.
Ahora sabemos que el Leviatán nació del ayuntamiento entre el presidente catalán, Artur Mas y el presidente electo del Gobierno de España, Mariano Rajoy. Majoy ha nacido porque las élites han perdido el miedo: décadas de supresión de derechos en nombre de la prosperidad para todos; del éxito y el   dinero fácil de los pelotazos; de los créditos a granel que los bancos se sacaban de chisteras sin fondo, para acabar con cualquier conciencia de clase y con cualquier deseo de lucha.

La fiesta se ha acabado, nos han dicho, pero no lo ha hecho de la misma manera para todos: unos nos hemos quedado con el miedo y la pobreza; otros, con nuestro futuro y el de las generaciones que nos sucederán.