No sabría decir sí hay otro caso en la historia del cine similar a la unanimidad que provoca Ingmar Bergman en su reconocimiento como uno de los grandes genios del cine, cuyo legado será estudiado, eso espero y deseo, por todos los que en el futuro quieran trazar un semblante claro de la cultura europea, en la segunda mitad del siglo XX.
Cumplidos los ochenta y cinco años, Bergman recuperó a sus personajes de Escenas de un matrimonio, para rodar su testamento como creador. Con los mismos actores que le acompañaron en el proceso creativo de una de sus grandes obras, todas las experiencias acumuladas durante y desde entonces por todos ellos, se desnudan para entregarse a una suerte de exorcismo de los demonios acumulados e invencibles.
Más de 30 años han pasado desde que Marianne ( Liv Ullman) y Johan ( Erland Josephson) se divorciaron y se vieron por última vez; ella es una abogada de éxito y él vive solo en una cabaña repleta de libros y aislado del mundo. Un día, Marianne vuelve al lugar donde vivió su historia con Johan, para hacerle una visita. Sin avisarle. Lo que sigue es un torturante retorno al pasado, un melancólico examen de situaciones que ya no pueden modificarse y de los conflictos que encaran en el presente y que están oscuramente ligados a los de ayer.
Los interminables primeros planos de Bergman, herencia de su formación teatral, que muestran obsesi- vamente todos y cada uno de los gestos de los personajes, se combinan con la atmósfera claustrofóbica, una sola escena de exteriores, y diseccionan la intimidad de esta pareja definitivamente rota.
Cerca de Johan vive su hijo Henrik ( Borje Ahlstedt) hijo de Johan y de su primera mujer, que mantiene una relación incestuosa, forzada por él, con su hija Julia, la nieta de Johan.
El tono de la película es desgarrador y sus conclusiones, terribles, no dejan resquicio para la esperanza: nadie puede librarse de sus miedos ni de sus fobias, que dominan al ser humano por encima de cualquier otra cosa.
Cerca de Johan vive su hijo Henrik ( Borje Ahlstedt) hijo de Johan y de su primera mujer, que mantiene una relación incestuosa, forzada por él, con su hija Julia, la nieta de Johan.
El tono de la película es desgarrador y sus conclusiones, terribles, no dejan resquicio para la esperanza: nadie puede librarse de sus miedos ni de sus fobias, que dominan al ser humano por encima de cualquier otra cosa.
Sarabanda no está entre las grandes películas de Bergman, pero muestra las huellas inconfundibles de la mano de un maestro que se despide del arte y de la vida con un último y definitivo repaso de los deseos, los miedos y los personajes que configuran su mundo. No será la mejor, como digo, pero sí representa algo absolutamente necesario para entender la vida de Johan/Bergman: el fragmento que faltaba para completarla.
Aquí dejo uno de los diez capítulos en que se divide la película: